Xplor Bravest Race 2014 - El Final de Una Carrera

Todo es un ritual si lo ves de ese modo y es sagrado si le confieres esa cualidad. Para mi, el correr la Xplor Bravest Race este 2014 representó una oportunidad de hacer una clausura simbólica de una muy importante etapa en mi vida:

Corrí en equipo una larga carrera con quien fue mi pareja durante cerca de 15 años. Hubo obstáculos difíciles de sortear, algunos de los cuales parecieron imposibles de vencer en su momento. También hubo muchas risas y diversión, lo mismo que miedos y equivocaciones que nos hicieron salir lastimados.

Todo se puede cuando tienes a los integrantes precisos en tu equipo. Sin embargo, cuando por alguna razón el equipo limita el crecimiento de sus miembros, hay que hacer en conjunto acopio de madurez y amor para dar las gracias y continuar el camino en solitario.

Muchas gracias, Valeria. Varias veces desistimos y abandonamos el camino, pero por el amor que aún ahora existe entre nosotros, decidimos retomar la travesía. De pronto, no hace mucho, volvimos la vista y nos dimos cuenta de que ya habíamos andado de la mano todo lo que podíamos recorrer. Habíamos aportado y aprendido el uno del otro todo lo que estaba en nuestras manos.

Cierro contigo un ciclo de 15 años que nos dejan como medallas dos hermosos hijos y muchísimas enseñanzas. Es momento de arrojarnos al vacío, pero cada quien desde un risco diferente y en diferentes momentos. Sin embargo, sabes que siempre saltaré por ti si lo necesitas y estoy seguro también de que podré contar con tu ayuda cuando la requiera.

Go and ‪#‎BeTheBravest‬ version of yourself, Val. I'll try and do the same.

Plastic Nights - Part I

…And there she was again, stripping for lonely drunken strangers probably for the hundredth time in her life. The lights were so dim and her makeup so exaggerated, that if her father were at the bar, he would surely be clapping as all the others. He wouldn't recognize the sound made by her feet while wearing these high heel shoes as he did when she entered home at 6 a.m

-Remember Gentlemen: Two hundred pesos for a private dancing! - Would claim the voice from the sound cabin -Don't forget all our girls are available! Ask your waiter about the hotel service, too!

But she didn't want to “dance” in those shitty rooms tonight; she had been trying to avoid them anyhow for days by being out of sight, sitting in the dark corners of the bar, going upstairs from time to time towards the dressing room to put some more makeup on, change her dress or hairdo. On stage she was meant to dance only a song -four or six minutes tops- at a time, but having her breasts and butt touched by a fat bastard with greasy hands and rotting breath in a little dark room was not something she could handle tonight –No esta noche…

She had noticed the young guy since she arrived at the bar at nine, the only one there at that time besides the bartender and the waiters. He was having a beer and a cigarette, and since the regular lights were still on, she had the chance to have a quick, but good look at him: He was a bit older than she was; not handsome, yet not disgusting either. What captured her attention was the sad and tender look in his eyes, and his funny pose, trying to look tough...

Amal y El Cadáver Exquisito – Segunda Parte

 
-Mamá, ¿verdad que me puedo casar con Nicandro?

La madre, sin espantarse ya como antes al escuchar nombrar a Nicandro en labios de su hija, no pudo evitar turbarse por la pregunta. Sabía que, desde recién nacida, su hija tenía comunicación con los que han dejado esta vida terrenal, pero de eso a matrimoniarse con un “morido”, había un largo trecho.

-¡Por supuesto que no, escuincla taruga! Los muertos no se casan con los vivos-, contestó Doña Leonora- y dile al Nicandro ese que se acabe de morir de una vez y que no te esté molestando.

Hace algunos años, Nicandro había sido un curandero famoso. A él acudían familias enteras venidas de los pueblos más lejanos para aliviar sus dolencias. Nicandro ocupaba sólo los elementos que la naturaleza y la tradición le brindaban para sanar a la gente, y parte de su fama radicaba en que no poseía riqueza alguna. Quienes llegaban a verlo le traían costales de papas, zanahorias, algo de frijol, maíz, una gallina, un pollo, un puerco, o algún guisado, dependiendo de cómo valuaba cada quien su enfermedad o de lo que cada quien podía dar. Nicandro ayudaba con gusto a todos los que podía, aunque a veces tenía largas filas que lo hacían laborar hasta la medianoche. Muchos de sus enfermos se iban con los animales, granos o verduras que habían traído otros como pago, sobre todo si tal o cual elemento era necesario para la dieta que debería seguir el enfermo.

Dicen que cierto día, la esposa encinta del gobernador cayó muy enferma. Fue atendida por los mejores médicos del estado e inclusive estuvo internada mucho tiempo en un caro hospital de la capital. Sin embargo, nada se había podido hacer para aliviar sus dolencias, aunque de acuerdo a los exámenes de sangre, rayos X, ultrasonidos, resonancias magnéticas, tomografías y demás, nada tenía la señora.

Según lo que se cuenta, una noche llegaron hasta la choza de Nicandro cerca de diez camionetas. De ellas bajó todo un ejército, cuyo jefe pateó fuertemente la endeble puerta de madera. Nicandro abrió la puerta y los invitó a entrar; fue cuando del vehículo más lujoso bajó el señor gobernador y detrás de él, un fuerte hombre que a continuación cargó con toda delicadeza a la esposa del jefe.

Sin formalidades protocolarias ni cortesía alguna, llevaron a la señora hasta el interior de la choza y la acomodaron en la humilde cama del propietario. Nicandro, quien sabía a lo que venían, les dijo en un tono firme pero suave: “Déjenme con ella”.

El curandero miró a la enferma con una compasión infinita. La tomó de la mano y sin más preámbulos le dijo tiernamente al oído: “Tienes poder y dinero, pero no puedes librarte de su llamado, hermanita. Sabes tan bien como yo que tu hora de despertar llegó hace tiempo, ¡entrégate sin miedo!”.

En ese momento ella recordó todo; dejó de sentirse enferma y pesada, dejó de ser “la señora de”, “la hermana de”, “la madre que pudo ser”. Abrió los ojos como nunca antes, como dos bocas que quieren hartarse de esa luz tan inmensa y cálida que en un instante la envolvió sólo a ella. Inhaló todo lo que pudo, llevándose así el olor montuno de Nicandro, el aroma de unos ricos frijoles que horas atrás habían estado en el fogón, el incienso y el copal que aún se consumían y, por supuesto, el olor del campo. Se sintió más cerca que nunca de la tierra, del aire, de la nube cargada de agua que se acercaba a toda velocidad por encima de los cerros. Su energía y la del pequeño ser en su vientre se fundieron en una sola, alejándose para siempre de esos cuerpos que ya no eran suyos.

Después de eso no se volvió a saber de Nicandro. Su casa fue quemada y su cuerpo nunca fue encontrado. Nada dijeron los periódicos con respecto al curandero, y de acuerdo a lo que se publicó, la señora falleció en el mejor hospital del país.



-Pero él me quiere mucho y yo a él- replicó Amal a su madre.

-Esos matrimonios no son de Dios, no digas tonterías… ¿Le rezastes dos rosarios a la virgen como te pedí? ¿Colgastes el milagrito con la foto de la bebé para Diosito y hablastes con el padre Juan?

- Sí, sí y no. Lo último se me olvidó, pero había misa y el Padre Juan estaba bien ocupado. Oye mamá, ¡pero los muertos también quieren a Diosito y hacen oración, yo los he escuchado!

La madre no contestó. Apagó la estufa y, con sus manos de alabastro, tomó las orejas de la cazuela con el agua y las hierbas hirviendo, para llevárselas a toda prisa a su habitación, en donde otra de sus hijas, Juana, cuidaba a la más pequeña, quien estaba a punto de ser bañada. En ese momento Doña Leonora no podía darse el lujo de distraerse con otros problemas.

-¡Vete con tu abuelito por el Padre Juan! Tenemos que bautizar ya a tu hermanita.

Amal salió corriendo al patio para encontrarse con el viejo, quien, como era su costumbre pasadas las cuatro de la tarde, verificaba las tripas de plástico y metal de su desvencijada camioneta.

Amal y El Cadáver Exquisito – Primera Parte


En aquel tiempo, fueron a ver a Jesús algunos de los saduceos, los cuales afirman que los muertos no resucitan, y le dijeron: "Maestro, Moisés nos dejó escrito que si un hombre muere dejando a su viuda sin hijos, que la tome por mujer el hermano del que murió para darle descendencia a su hermano. Había una vez siete hermanos, el primero de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo se casó con la viuda y murió también, sin dejar hijos; lo mismo el tercero. Los siete se casaron con ella y ninguno de ellos dejó descendencia. Por último, después de todos, murió también la mujer. El día de la resurrección, cuando resuciten de entre los muertos, ¿de cuál de los siete será mujer? Porque fue mujer de los siete".

Jesús les contestó: "Están en un error, porque no entienden las Escrituras ni el poder de Dios. Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni los hombres tendrán mujer ni las mujeres marido, sino que serán como los ángeles del cielo. Y en cuanto al hecho de que los muertos resucitan, ¿acaso no han leído en el libro de Moisés aquel pasaje de la zarza, en que Dios le dijo: "Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob?" Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Están, pues, muy equivocados".


Lectura del Santo Evangelio según san Marcos 12, 18-27



Amal era una linda niña de 13 años, quien sobresalía entre los feligreses por el pulcro vestido blanco con el que cotidianamente asistía a la iglesia, pero sobre todo por sus grandes ojos negros, siempre atentos a todo y a todos, y debido también a su sonrisa franca y amplia. Ese día había visitado la iglesia con la firme convicción de platicar con “Diosito”, para así pedirle que mejorase la salud de su hermanita enferma; tenía además varios encargos por parte de su madre. Sin embargo, luego de haber escuchado la lectura del Evangelio se sintió terriblemente confundida.

Se levantó de la banca de madera y comenzó a andar hacia las grandes puertas del templo, totalmente absorta en sus pensamientos. Aún desde afuera de la iglesia podía escucharse el tono metálico que el micrófono infundía a la voz del Padre Juan, pero en la cabeza de Amal, las palabras del viejecillo bonachón no eran más que balbuceos ya.

En el camino a casa, la pequeña no podía dejar de plantearse ciertas interrogantes; la que más le inquietaba tenía que ver con que, de acuerdo al evangelio escuchado, “Dios no es Dios de muertos”, pues eso querría decir que a Nicandro no lo cuidaba nadie allá arriba. No menos molesto le resultaba pensar que, si Nicandro tenía hermanos podría también convertirse en esposa de ellos… ¿Y qué tal si ella no quería?

De pronto, Amal paró en seco su pausado caminar. No le gustaba andar por la calle al mediodía, y no por el calor, sino porque a esa hora su cuerpo no proyectaba más que una ínfima sombra. Hizo recuento de hechos y recordó que sí, que antes de haber iniciado la misa le había dejado una veladora encendida a la Virgencita, y también que, justo bajo el Cristo ensangrentado, había colgado en el marco de terciopelo rojo la figura de una piernita dorada con un moño rosa, acompañados de la foto de su hermanita. Los encargos que le había hecho su madre habían sido cumplidos; ahora le tocaba a Diosito curar la herida de esa bebé con siete días de nacida y aún sin nombre. Algo maligno dentro de su piernita derecha había germinado, explotando en una llaga supurante. ¿Algo que la había picado, tal vez? Los doctores habían mandado varias inyecciones y múltiples jarabes para la pequeña; sin embargo, nada de eso parecía estar funcionando. Ni la fiebre ni la herida cedían, y tampoco quería prenderse del pecho de su madre para comer.

Los Perros y DIOS - Cancún, 19 de Junio de 2010

Desperté justo a las tres de la mañana, situación inusual que me permitió recordar que unos segundos antes soñaba que corría por la parte superior de altas y delgadas paredes, que a su vez trazaban un laberinto urbano que desembocaba quién sabe donde.

Por alguna razón, en el sueño era perseguido por pequeños perros que furiosamente trataban de morder mis talones. Eran tan angostas las paredes sobre las que avanzábamos, que sólo un perro podía tratar de morderme a la vez. Así que, de cuando en cuando, haciendo malabares para no perder el equilibrio e irme hasta el fondo del escenario, debía parar mi loca carrera para tomar a esos perros por las orejas, por el cuello, por los pelos del lomo, o por donde se pudiese para después aventarlos hasta la base del laberinto.

En ocasiones, sus cuerpecitos chocaban fuertemente contra el canto de los muros; otras veces se retorcían en el aire chillando, y no paraban sus piruetas hasta tocar fondo en el suelo, produciendo el ruido sordo de un pequeño costal. Otro perro tomaba inmediatamente el lugar del recién desaparecido.

Me sentí muy mal por esos animales... Aún despierto me parecía escuchar sus aullidos de dolor. Me dio mucha sed, supongo que por haber corrido tanto y porque la noche era calurosa, como de costumbre. Bajé despacio las escaleras, sin encender la luz hasta llegar a la cocina; una vez allí, llegué hasta el interruptor guiándome sólo por el tacto.

Con el cuarto iluminado pude ver que una pequeña cucaracha había vomitado un líquido espeso, de tono ocre, justo sobre uno de los blancos y asépticos mosaicos del piso. Avanzando con toda delicadeza, el bicho completaba con la tinta de sus entrañas la última letra de la palabra DIOS, sin haberse salido nunca de los 10 x 10 centímetros limítrofes del cuadrado en cuestión.

Tomé un vaso de cristal. Con calma me serví un poco de vino.

Acerqué la cara para ver de cerca el último estertor del fatigado y reseco insecto, que en ese momento me pareció más bien una hermosa cascarita de trigo.

Apagué la luz y a tientas subí las escaleras. Me dormí.

¡Vamos perros, sigamos!

El Globo - Cancún, 23 de Marzo de 2010

Desde el día en el que el niño se encontró aquel globo metálico atorado entre las ramas de una jacaranda, pensó que sus vidas flotarían por siempre juntas. Adonde quiera que fuese, a su casa, a la escuela, en auto, en el subterráneo, en el camión o caminando, siempre asía fuertemente el largo cordón que anclaba a la tierra a su resplandeciente esfera.

Hubo ocasiones en las que el viento pretendía arrancar de sus dedos al amado globito, e inclusive hubo una vez en la que -con los ojos vidriosos por la desesperación- debió correr tras de él por varias cuadras hasta recuperarlo. En días soleados, el amigo relleno de gas parecía henchirse hasta su límite, pugnando por elevarse hacia el cielo, así que cuando no había ni un atisbo de nubes, el niño prefería no salir con su globo y se quedaba en casa largas horas admirándolo y platicando con él.

El pequeño tuvo que ingeniárselas para nunca perder a su compañero, así que, por debajo de la ropa, con el largo cordón hizo un nudo en su dedo gordo del pie derecho; subiendo por su pierna, hizo otro nudo alrededor de su glande; cruzándole el vientre y el pecho, uno más alrededor de su oreja izquierda, y por último, pasando la delgada cuerda por la espalda, uno en su dedo anular de la mano derecha.

Seguro de sí y de su amigo, el niño siguió creciendo. Ante la omnipresente mirada de su globo metálico, el pequeño libró por las calles mil batallas contra ejércitos de botellas de vidrio y armado sólo con pequeñas piedras y corcholatas, anotó goles espectaculares, escaló árboles y bardas, y lo mismo se atrevió a adentrarse en misteriosas coladeras y casas abandonadas, que a enfrentar horrendos monstruos en su oscura habitación. Era, cualquiera lo hubiese podido comprobar, verdaderamente invencible.

Así pasaron los años, los nudos del cordón se fueron aflojando y llegó un momento en el que el globo se liberó completamente. Sin embargo, en lugar de salir por la ventana mientras aún era tiempo, un tanto desinflado y opaco, permaneció en un rincón fresco dentro de la habitación.

El niño no existía más, era ya un adolescente con vello en el pubis y en las axilas, su voz cambiaba intermitentemente entre un grueso imponente y un tierno tono un tanto agudo. No obstante, cada que lo requería, reluciente como siempre, el globo flotaba en el interior de su cabeza, chocando juguetón contra las paredes de hueso de su cráneo, animándolo así a seguir luciendo sus habilidades ante sus amigos, que ahora eran todo menos imaginarios, y a enfrentarse también a sus más terribles miedos.

Un día, al volver a casa, el joven se encontró con una especie de bolsa de aluminio tirada en el suelo, estaba arrugada, sucia y no parecía tener forma definida. La levantó y se dio cuenta de que arrastraba además una especie de hilo negruzco y enredado en varios puntos. Sin más preámbulos, lo tiró todo al bote de basura, se cambió la playera y bajó las escaleras a toda prisa. Afuera lo estaban esperando.

http://www.caminosineditos.blogspot.com/

La historia de la cabeza Olmeca en la Luna que aparece en el encabezado de este blog va como sigue:

Un buen día sorprendí a un buen amigo, Milton, quien en sus ratos libres es diseñador web, músico, poeta, loco y cazador de mariposas, tratando de superponer la imagen de una cabeza Olmeca con los ojos recortados (a modo de máscara) sobre una foto mía. Según comentó en ese momento, mi mirada nostálgica le agregaría un tinte dramático a la colosal piedra labrada.

Como comprobamos después, la similitud en los rasgos es innegable, en verdad tengo los mismos labios jaguar (como reza aquella vieja canción de Café Tacvba), el ceño fruncido y la nariz ancha. Orgullosamente puedo decir que comparto características físicas con respecto a estas gigantescas representaciones de quienes originalmente fundaron la Cultura Madre Mesoamericana.

Más que una máscara, la cabeza Olmeca resultó un espejo.

Después le propuse que hiciésemos viajar a la colosal roca hasta la luna, de preferencia dando la espalda a La Tierra. La mirada nostálgica de reojo se transformaría entonces en un retrato del último momento del desprendimiento a las ataduras con respecto a lo terrenal.

Luego del parto viene la independencia de La Madre. Se le tiene que dejar atrás.

Y volar...

De jabón chiquito y toallas blancas - Tampico, 30 de Junio de 2007



Estoy acostado sobre la cama de cualquier hotel, en la semioscuridad. Tratando de no pensar, cambio desesperadamente canales en la televisión. Es un escenario que no desconozco, sólo que esta vez no saldrás del baño. No te pararás seriamente en el marco de la puerta vistiendo solamente una toalla, con el cabello mojado y la carita blanca.

Esta ocasión, tan lejos de nosotros, no haremos el amor tiernamente primero, ni como animales después. No nos vestiremos a toda prisa al terminar, para después salir del hotel tratando de ocultarnos entre las sombras para que nadie te vea.

Esta vez todo es distinto; no comeremos en aquella fondita económica, ni te dejaré tristemente en la puerta de tu casa antes de que den las nueve.

Hoy estoy en Tampico, solo. Debo salir a trabajar en un rato más, a tratar de capturar la mejor cara de esta ciudad. Y tú tal vez estés a punto de salir de algún baño, vistiendo solamente una toalla, con el cabello mojado y la carita blanca, mientras alguien más te espera impacientemente… Cambiando canales en la televisión.

Delirio de Grandeza - Alexandro Jodorowsky y Boucq

Un yesero lleva un Cristo a una iglesia.
Constata que, en la calle, los paseantes
se postran a su paso.

Cree que es a él a quien rinden homenaje.
Siente que se convierte en Dios.
Rompe la estatua y abre los brazos.

No comprende por qué le tiran pedradas.

*De "El Tesoro de la Sombra", Textos de Alexandro Jodorowsky e ilustraciones de Boucq
Editorial Les Humanoides Associés, 1999

Metro I - Distrito Federal, 2005


Hoy, ya sin coche,
debí viajar en metro otra vez.
Es difícil (bastante)
no ponerse mal allá abajo.

No es sólo el calor.
No es sólo la peste.
No son sólo los cuerpos
frotándose con el vaivén.

Es la desesperanza generalizada y
tantas y tantas
y tantas
caras estúpidas.

* Foto editada de una obra de Pedro Meyer, de su colección "Herejías"